Cuando tenía como 8 años mi Madre me regaló una alcancía para que fuera reuniendo el dinerito que quisiera. Era tal vez muy poco lo que pudiera reunir puesto que no éramos una familia pudiente. Mi madre tenía que mantener ella sola a seis hijos con su salario de maestra.  Como a todos los niños, me gustaban mucho los dulces y también me gustaba comprar barajitas para completar el álbum de moda. En eso se me iba el dinero que me daban.

Pero a pesar de esos gustos, de vez en cuando le echaba algo a la alcancía que tenía forma de cochinito sonriendo. Desde el principio pensé que era algo tonto tener ese cochinito, puesto que le echaba monedas del más bajo valor. Después de un tiempo decidí abrir ese cochinito y para mi sorpresa tenía una cantidad considerable. Por lo menos lo era para mi niñez.

Luego de adulto me pasó algo parecido. Compré una alcancía y como no era mucho lo que ganaba le iba echando billetes de bajo valor pero fui constante. Cuando por una emergencia decidí abrir la alcancía mi sorpresa fue tan grande por la cantidad de dinero que había que solventé mi emergencia y me quedó todavía para comprar varias cosas para mí.


Les narro esto porque acostumbro cuando voy caminando por la calle  hacer pequeñas oraciones a Dios. Por ejemplo digo: “Gracias mi Dios”, “Perdóname mi Señor”, “Jesús yo Confío en Ti”. Y así por el estilo.

Cierta vez estaba caminando rumbo a mi trabajo y luego de hacer una de estas pequeñas oraciones le pregunté a Mi Dios que si esas pequeñas oraciones El las tomaba en cuenta ¿y que tan efectivas serían? y llegaron a mi mente, estos dos recuerdos de la alcancía.

Era como si Dios me dijera: “Hijo mío, así como no te das cuenta como se va llenando la alcancía con pequeños aportes, así mismo vas acumulando méritos en el Cielo con esas pequeñas oraciones. Llegará un momento, cuando tengas que reunirte conmigo, en que verás cuanto haz orado a Mí y sabrás que haz acumulado mucho y esas oraciones a Mí me agradaban porque siempre te acordaste de Mí”.


Hermano mío: no dejes nunca de orar, aunque sean tus oraciones pequeñas. En tu casa, rumbo a tu trabajo, subiendo escaleras. Pero hazlas con amor, que el buen Dios que ve en tu corazón te lo recompensará.

3 comentarios:

  1. Muy bonita anecdota y reflexión José.
    gracias por compartirla.
    Dios te bendiga.
    saludos :)

    ResponderEliminar
  2. Hermoso mensaje! Nunca perdamos la FE en Dios!
    Alicia Ferraz Romero

    ResponderEliminar